sábado, 17 de junio de 2017

EL DÍA QUE CONVERSÉ CON EL VIENTO

El sol está remiso el día de hoy. La gente que camina por la calle no parece esperar su luz. Va con suéteres y sombrillas cerradas.  Ella tiene frío, lo extraña. Desde su cama de hospital se pregunta cuándo entrará por la ventana para abrigar su cuerpo. Su alma también tiene frío.

Mide 1.72 metros, camina como gacela, realzando su figura estilizada; armonía en sus facciones, piel satinada. Belleza pura era su cara. 
Sí, era. Una bala perdida intentó quebrantarla.
El proyectil tocó un sitio frágil de la identidad. Sacudió su vanidad. 

Mientras camino hacia el hospital me pregunto si es justo con mi querida prima, tan buena. La respuesta es obvia: así es la vida.
Un viento acechante me toca; potencia el frío de la mañana. Penetra por los oídos. Siento que me habla. Yo le hablo:

Porque en tiempos de debilidad tu espiral absorbe,
suaviza el rigor, matiza el temor, trae sosiego;
Mitiga la inquietud, la desolación.

Disminuyo la velocidad de mis pasos, dilatando el plazo de enfrentar  la realidad que duele. Observo al hombre en la bahía para buses. Viste pantalón azul, chaqueta gris, gafas oscuras; sujeta su bastón-paraguas con la mano derecha; con la izquierda, el brazo de la mujer que lo acompaña. Ella lleva falda de paño, con prenses, suéter de lana rojo; vestimenta que ensancha, aún más, su figura. No hacen uso del bus que se detiene, pero sí de la banca del paradero cubierto. Parece ser que esperan una ruta especial.

Me llaman la atención. ¿Por qué se me hacen conocidos? Resuelvo sentarme a su lado. Al oírlos hablar, los identifico. ¡Claro! En Bogotá y en las noticias. El hombre fue víctima del atentado (en en dicha ciudad), junto a mi prima. La bala que salió a la luz con otro destino, segó la de este señor. Me estremecí pero decidí  hablarles.

-Don Octavio, ¿cómo está? Yo soy la prima de Sara Martínez, ¿recuerda? La señora que, como usted, fue víctima de la balacera. Estuvo en el hospital en la habitación cercana a la suya.
-Buenos días señora, mucho gusto. Sí,  puedo acordarme por su voz, cuénteme ¿cómo está ella? -Bien señor, está muy recuperada. Dos cirugías solucionaron en gran medida la lesión en su rostro. Actualmente está convaleciente del procedimiento en el maxilar superior para recuperar su dentadura y facilitarle la ingestión. -Y la suya, ¿cómo le ha ido?
-Muy bien afortunadamente. Agradecido de estar vivo.
-¡Cuánto me alegra! Ya mismo voy a visitar a Sara. En días pasados viajó acá a mi ciudad. Ha estado hospitalizada; ahora tiene salida y seguirá el tratamiento en la casa de su hijo, en las afueras de la ciudad.
-Ay, cuánto me gustaría visitar a doña Sarita unos minutos. ¿Sería posible doña?
-Sí, no hay problema, vengan conmigo. El hospital es allá en la cuadra siguiente.
-Lo conocemos, de ahí venimos.

El encuentro resultó ser benéfico para mi prima. Ver una lesión mayor a la suya, con tan buenas recuperación y actitud de superación, le enclavaron sentimientos de optimismo. También para don Octavio y su señora fue beneficioso. Los tres hicieron catarsis; concluyeron que el mejor tratamiento de sanación era el perdón.

La visita pensada para unos minutos resultó ser de dos horas. Se habló de la principal guerrilla del país (FARC) protagonista por cincuenta años de la mayor resistencia al Estado colombiano con todo tipo de crímenes atroces. Se alegraron de que por primera vez en medio siglo, se llegara a un acuerdo de paz, se hubieran silenciado los fusiles y hoy se estuviera viviendo como en otra atmósfera con vientos de esperanza. Mi prima y don Octavio son víctimas pero se animaron en el propósito de erigirse como símbolos del perdón, de la paz, aportando su contribución al nuevo país.

Salgo del hospital mientras el hijo de Sara termina las diligencias para llevarla a casa. Irá contento con su madre, llevando también preocupación por su alimentación. Voy pensando en ello. Camino de nuevo para unírmeles luego, cuando lleve a cabo un propósito recién concebido. El viento sigue aumentando su intensidad, hablando más alto. Sobrecogida, le hablo también:

Ven a oxigenar los sueños,
orea las ideas anquilosadas;
trae los aires de lo posible.

Ve y vuelve con las alegrías,
difunde el virus de la felicidad,
arrasa como huracán los odios,
propaga el eco de la paz.

Visito algunos sitios especializados donde intento ultimar una lista inusual. Para  contribuir a la sanación física de Sara, consigo fórmulas e ingredientes extraordinarios; experimento en un terreno inexplorado para mí.

Aunque suene como culebrero, la tarea es conseguir y combinar jengibre, guayabas, aguacates, hígado, miel de abejas, JGB tarrito rojo, Ensure, uvas isabelinas, ahuyama, espinacas, manzanas, fresas, moras, banano, zanahorias... unas y otros en diferentes mezclas, con sus dosis de amor y esperanza de sanación. La misión: nutrir cuerpo y alma.

Hoy mi día ha sido bien particular. Presenciar el encuentro sanador, hablar con el viento y elaborar en casa ajena compotas, jugos y sopas a base de alimentos hiper nutritivos, ha sido un ejercicio inspirador, gratificante.
El experimento funciona en el sabor y asimismo en la aceptación de la enferma. Este día me ha dejado sabor a miel.

Qué ilusión verla mejorando en su calidad de vida, donde anide de nuevo la sonrisa con alegría; que su coraje, abnegación, su ejemplo, surtan no solo el efecto de edificarnos el valor de la aceptación, sino también la capacidad de ver la belleza interior antes que la física.

Lindo ver su fe, la decisión de salir adelante, el amor que la rodea, su estoicismo tolerando la dificultad.
A todos nos alcanza su dolor. A todos nos contagia la cruzada de perdón.

Comparo este día con los de ayer, en la cúspide del afán, cuando quería beberme el mundo de un sorbo. Hoy, a mis sesentas, vivo de a poco, por pequeñas dosis que la vida, la salud y la paz me conceden. Este día me supo a miel.


FIN

 Galu, junio 2017

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